sábado, 14 de julio de 2012

Lágrimas (I)

El 10 de mayo de 2010, Jose Luis Rodríguez Zapatero ultimaba la intervención más controvertida de su presidencia. Dos días después, el mayor recorte social de nuestra democracia se escenificaba públicamente en el Congreso. 
Pese a la razonable indignación de funcionarios y jubilados, Zapatero prosiguió con su discurso hasta la celebración del Debate sobre el Estado de la Nación, asegurando que seguiría por ese camino "cueste lo que cueste y me cueste lo que me cueste". Una convicción a modo de testamento político con la que asumía el destino que meses después confirmarían las urnas.
Sabiéndose ganadores de unas elecciones finalmente anticipadas, los dirigentes del Partido Popular -en coalición con Intereconomía y otros medios afines-, observaban el espectáculo desde la barrera a la espera de que sus votantes legitimaran su dudosa condición de salvadores de la patria frente a un Alfredo Pérez Rubalcaba que, según ellos, heredaba todos los males de su antecesor.
Y así fue. Tras una campaña en la que se llegó a prometer hasta la vuelta de la felicidad, Mariano Rajoy logró que su programa oculto le condujera a La Moncloa avalado por una mayoría absoluta sin precedentes. Lo que ocurre, es que gobernar es otra cosa, y cuando la alternancia de poder no sólo no mejora la situación, sino que incluso la empeora, dicha mayoría supone más una carga que un respaldo, por mucho que uno se encomiende a la mismísima Virgen del Rocío
Y es que durante estos meses de intervenciones pre-Eurocopa, eufemismos prefabricados e imputaciones, hemos visto cómo las hemerotecas se convertían en las principales armas de destrucción masiva del Gobierno mientras las redes sociales ejercían en muchas ocasiones el verdadero papel de la oposición. 
Así, cuando este miércoles Rajoy vivió en primera persona su particular 10 de mayo jaleado por los suyos, la red ardía recordando las lágrimas de la ministra de Trabajo italiana Elsa Fornero frente a un impasible Mario Monti. Una reacción que en nuestro país encontró su polo opuesto en la figura de la diputada del PP Andrea Fabra y su poligonero "¡Que se jodan!". Pues eso.






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