domingo, 12 de abril de 2009

El sonido de Inglaterra

Mientras Sex Pistols levantaba ampollas con su himno antimonárquico God Save the Queen en la Inglaterra de finales de los setenta, un adolescente llamado Ian Curtis se preparaba para liderar uno de los grupos más legendarios de la música británica. 
A pesar de que el nombre por el que fueron conocidos durante los primeros meses de existencia fue Warsaw en honor al tema Warszawa de la trilogía de Bowie dedicada a Berlín, pronto se transformaron en Joy Division con el lanzamiento de las cuatro canciones recopiladas en el primer EP An Ideal For Living, preparando el terreno de su álbum debut Unknown Pleasures. Ideado por el diseñador gráfico Peter Saville, el resto de la estética del grupo, responsable en parte del mito creado en torno a ellos, correría de parte del fotógrafo holandés Anton Corbijn. Aclamado director de videoclips musicales y mano derecha en la actualidad de pesos pesados como Depeche Mode o U2, es también el autor de la otra cara de la moneda desde que Michael Winterbottom dirigiera la frenética y colorista 24 Hour Party People al llevar a la gran pantalla su versión de Joy Division  a través del proyecto Control del que también hay publicado un libro a modo de diario.
Teñida en el estricto blanco y negro marca de la casa, el film que aquí llega con dos años de retraso -al igual que I´m not there, una de las últimas películas del impecable Heath Ledger acompañado de un reparto coral sin precedentes en homenaje a Bob Dylan, o Factory Girl en el que Sienna Miller se mete en la piel de la it girl de Warhol, Edie Sedgwick, en el papel de su vida- se basa en la biografía Touching from a distance escrita por la viudísima Deborah Curtis mucho antes de que Courtney Love hiciera de ello un estilo de vida rentable -especialmente ahora que se cumplen 15 años de la muerte de Kurt Cobain- ya que Ian Curtis se suicidó poco antes de ver cómo su segundo trabajo, Closer, y una inminente gira por los EE.UU. vieran la luz. Conocedora de los continuos ataques epilépticos -muchos de ellos en el propio escenario en plena actuación- y la constante medicación a menudo mezclada con abundantes dosis de alcohol, Deborah llegó a confesar que "la gente admiraba a Ian por las mismas cosas que le destruían".
Ajeno a estos y otros riesgos, el legado de Curtis nos deja una inconfundible voz gutural cuyos registros paseó con oscura maestría desde el punk de sus inicios, al rock que inauguraba los años 80' (She´s lost control, Transmission, Shadowplay), sin olvidar las baladas hipnóticas (Atmosphere) o la innovadora incorporación de la electrónica que presagiaba el comienzo del acid house (Love will tear us apart) con el que Ian nunca llegaría a bailar.



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