Ni la boyante cuenta corriente de Mitt Romney engrosada en campaña gracias a magnates como Donald Trump o Sheldon Adelson, ni la grave crisis económica ansiosa por dar el tiro de gracia a quienes aspiran a consolidarse en el poder, pudieron el pasado seis de noviembre con Barack Obama que, a las cinco y veinte de la madrugada -hora española-, vio cómo el codiciado estado de Ohio le servía al fin en bandeja la esperada reelección.
Sin la presión extra que ésta conlleva, Obama podrá centrarse a partir de ahora en satisfacer las necesidades de su heterogéneo electorado, consciente de que las decisiones que tome durante los próximos cuatro años definirán en gran medida la manera en que el recién presidente reelecto pasará a la Historia.
En este sentido, Obama ha recogido los frutos de una campaña que, una vez más, abrazaba a las minorías encabezadas por los latinos, cuyos votos en los principales estados clave inclinaron definitivamente la balanza en favor del candidato demócrata, por lo que no sería de extrañar que Marco Rubio acabara convirtiéndose en el candidato republicano para las elecciones de 2016. Al tiempo.
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