El periodista y escritor francés Pierre Mikaïloff fue el encargado de comisionar una fantástica exposición fotográfica consagrada al punk coincidiendo con la publicación de su último libro Kick Out The Jams, Motherfuckers! Punk rock 1969-1978. Un imprescindible documento que analiza los 35 años del nacimiento del punk que también dio pie a la organización de un debate en el parisino Point Éphémère, en el que se discutió acerca de la transversalidad del movimiento en relación a otras disciplinas como el arte, la moda, o la literatura.
De Vivienne Westwood y Malcom McLaren al terrorismo gráfico del colectivo Bazooka, la conversación podría resumirse en la importancia que tuvo el simple hecho de "estar allí con una guitarra, una cámara de fotos, o una cámara de Super 8 en ese momento concreto de la contracultura en el que por fin ocurría algo: la necesidad de tomar la palabra por encima de la técnica o el savoir-faire".
Y es que, superado el efecto Woodstock, los hijos de los que fueran precursores del movimiento hippy -influenciado por el mayo del 68' y la oposición a la guerra de Vietnam-, no tardaron en cambiar radicalmente el idealismo del flower-power por la desilusión contenida en aquel No Future, el nuevo grito de una generación que, una vez más, renegaba de su predecesora. Sin embargo, al igual que con La Movida en España tras la muerte de Franco, la frescura de esta ruptura con los valores sesenteros promulgados anteriormente se fue diluyendo a medida en que ésta se iba haciendo cada vez más comercial, pasando de una situación en la que apenas existían salas de conciertos en las que poder tocar, a grupos que acababan lanzando un disco por año respaldados por las grandes discográficas.
No obstante, tanto el punk como sus diversas evoluciones a lo largo de los años, ha estado tradicionalmente ligado a la clase obrera, especialmente en Inglaterra. En este sentido, LE BAL exhibe las instantáneas del fotógrafo documentalista Chris Killip en la exposición What Happened / Great Britain 1970-1990.
Reconocido internacionalmente gracias a obras como In Flagrate, Killip centró gran parte de su trabajo en las repercusiones culturales, sociales e identitarias que supuso la desindustrialización del norte de Inglaterra. Una dramática situación agravada por la era Thatcher que sin duda volvió a encontrar en la música su mejor válvula de escape.
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