El pasado 16 de noviembre, la súper estrella mediática Oprah Winfrey escenificó a modo de exclusiva mundial la reaparición política de Sarah Palin en una entrevista con descafeinadas preguntas previo pacto en la que, además, la ex candidata a vicepresidenta iniciaba la promo de su autobiografía "Going Rogue, An american life".
Ante la previsible conversación de sobremesa frente al sofá de Oprah -en la que lo más interesante fue constatar que, pese a la parodia Who's Nailin Paylin, las páginas del libro distan mucho de las memorias de Linda Lovelace- habrá que conformarse con la versión edulcorada ofrecida por la hockey mom -que pasea a su hijo con Síndrome de Down por los platós de televisión como complemento político- al tiempo que su ex yerno se recupera de las agujetas del gym para contraatacar luciendo palmito en la portada del Playgirl de marzo.
Sin embargo, con los ojos puestos en la hipotética candidatura presidencial de 2012 y un Obama dedicado a los complejos asuntos internos por imperativo electoral, sorprende pensar que, elevada sobre sus catorce centímetros de tacón, Sarah Palin pueda acabar gustando por los mismos motivos por los que, en parte, George W. Bush acabó ocupando finalmente la Casa Blanca.
Prueba de ello es su comodidad ante audiencias a priori poco exigentes -aunque igualmente decisivas- que, organizadas localmente a través de grassroots, terminan abanderando visceralmente las ideas más radicales contra el Gobierno demócrata, como es el caso de la Tea Party Convention cuyo primer aniversario contó con Palin como oradora de honor.
Las subidas de impuestos o el intento de reforma sanitaria son consideradas por los integrantes de este grupo -que toma su nombre del motín de 1773 en el que los colonos americanos se rebelaron contra la corona británica tirando por la borda todo el cargamento de té en el puerto de Boston- como una excesiva intervención del Estado en sus vidas que restringe sus libertades constitucionales, llegando a considerar al presidente un "racista de los blancos".
Mientras tanto, Palin sigue haciendo caja. Sabe que si todo empeora siempre podrá sustituir a su doble en el musical inspirado en Barack Obama interpretándose a sí misma o, ya puestos, a la propia Belén Esteban en ¡Mira quién baila!.
Al fin y al cabo, nadie notaría la diferencia.
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