Hasta ahora, Mariano Rajoy había demostrado una notable capacidad para el escapismo a la hora de enfrentarse a los periodistas. Una disciplina que, a la vista de lo ocurrido hace unos meses en el Senado, parece dominar en sus más diversas variantes. Semana tras semana, observamos cómo permite que su núcleo duro suplante su identidad presidencial siempre que ésta le exija dar la cara ante los ciudadanos, abocados más que nunca a buscar en los medios las respuestas que el Gobierno les niega.
Ante esta situación, el siguiente paso no se hizo esperar, y el correctivo ideologizado aplicado vía Julio Somoano ya está dando los frutos esperados. Por el momento Juan Ramón Lucas, Toni Garrido y Pepa Fernández cesados de RNE, y Xabier Fortes (La Noche en 24 Horas) y -por encima de todos-, Ana Pastor (Los Desayunos de TVE) en TVE. La periodista -famosa por hacer que los políticos se removieran en sus asientos en cada una de sus entrevistas, declaraba en la entrega de los Premios Iris convertida en un emotivo homenaje a la labor de Fran Llorente: "Mi obsesión es poder mirar toda la vida a mi hijo a la cara, porque no quiero que se avergüence y alguien le diga que su madre agachó la cabeza ante el poder".
A cambio, este nuevo Gobierno nos ofrece una libertad de información intervenida en la que se recompensa la vuelta del entorno de Alfredo Urdaci y el lamentable savoir-faire de Telemadrid, esa prolongación de Esperanza Aguirre que ejemplifica a la perfección aquel "Ya sé que le gustaría hacerse usted las preguntas y respondérselas usted" que Pastor le dejó caer para hacer frente a sus constantes evasivas. Llegados a este punto, ahora soy yo quien se pregunta qué pensará Andrea Fabra de todo esto, aunque, conociéndola, ya me imagino su respuesta. Qué pena.
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