La repentina pérdida de Jesús del Pozo evidencia lo mucho que tardaremos en acostumbrarnos a hablar en pasado de quien sin duda ha personificado como pocos la modernidad y la vanguardia estética de nuestro país. Fiel a sus firmes principios, Jesús hizo de la calle Almirante su particular milla de oro madrileña poniendo su talento creativo al servicio de una mujer versátil que intuía en los innovadores tejidos y volúmenes del diseñador una contribución añadida al papel que pronto recuperaría gracias a una sociedad que abrazaba de nuevo la democracia.
Su sigilosa marcha, tan discreta como su vida propia, ha terminado por oscurecer del todo el año en que nos robaron el verano.
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