Quentin Bajac ha logrado en su fantástico libro-entrevista
"Martin Parr por Martin Parr" que el excepcional fotógrafo británico accediera por primera vez a poner palabras a cuatro décadas de
disparos ininterrumpidos.
Superada la polémica que suscitó su ingreso en la elitista agencia
Magnum en 1994 -cuyo principal fundador, Henri Cartier Bresson, llegó a escribirle refiriéndose a él como
"alguien que venía de otro planeta" tras asistir a una de sus exposiciones-,
Martin Parr continuó desechando la fotografía en blanco y negro marca de la casa reivindicando tanto su estilo como el legítimo empleo del cromatismo abanderado por el colorista americano Joel Meyerowitz, a quien profesaba una gran admiración. Con una estética aparentemente próxima a la publicidad y la fotografía de moda -en la que también hizo sus primeros pinitos gracias a los encargos de la revista italiana
"Amica"-, lo cierto es que Parr supo más bien jugar con las reglas propias del sistema devolviéndole en contrapartida sus subversivas imágenes, cargadas de dudosa inocencia y
sutil ironía.
Sin ocultar su manifiesto interés por el consumismo y el
lifestyle de la clase media en su Inglaterra natal -a la que consideraba fotográficamente
virgen respecto a la documentación relativa a la clase obrera-, la obra de Parr constituyó paralelamente el azote visual que evidenciaba las desiguales consecuencias de las transformaciones políticas y sociales de la
era Thatcher hasta que
la dama de hierro agotó su último mandato -tal y como reflejó en su momento la publicación de
"Signs of the Times", encargada de dar por concluido el esperado final de un ciclo que David Cameron parece dispuesto a repetir-. Además de su obsesión por el
coleccionismo kitsch -que abarca desde relojes estampados con la imagen de Saddam Hussein hasta postales de
John Hinde-, y su reciente inmersión en el excéntrico mundo del lujo dominado por los
petrodólares, otro de los ejes capitales de su obra gira en torno a las paradojas del
turismo globalizado como el caso del
"American Dream Park" de Shanghai: un particular
Disneyland '
made in China' donde sus propietarios acogen con los brazos abiertos al mundo occidental relegando definitivamente el
Libro Rojo a calzar aquella pata de la mesilla que cojeaba desde hace tiempo. Pura
bricomanía postmoderna.



