domingo, 5 de abril de 2009

Matrioska

Asimilada la madurez técnica y emocional como pulsión creativa, el que fuera documentalista underground del tardo franquismo español, Pedro Almodóvar, presenta su última película como una canción sin estribillo en la que la melodía suena muy bien en todo momento.
El director manchego en cuyos inicios captó con descarada perspectiva kitsch la imaginería de una sociedad que comenzaba a desinhibirse, logrando convertir en cañí el idolatrado movimiento pop recién importado de Estados Unidos, hasta plasmar el drama revestido de amargos recuerdos autobiográficos, parte en Los abrazos rotos con la intención de abarcar a todos los públicos, aunando el clasicismo de la puesta en escena con los guiños a sus fans más incondicionales.
Rompiendo su tradicional dirección de actrices en la línea de George Cukor, Almodóvar abre definitivamente las puertas de su mundo interior al universo masculino, exceptuando a la omnipresente Penélope Cruz -reencarnada en una intencionada Audrey Hepburn vintage- y el inabarcable talento de Carmen Machi, correspondido con un monólogo de nueve páginas escrito a su medida durante una noche de rodaje, que dio como resultado el cortometraje "La concejala antropófaga". La constatación de la fantástica facilidad del director para volver con pasmosa agilidad a sus orígenes trasgresores y calculadamente ordinarios, queda también patente en el auto homenaje de Mujeres al borde de un ataque de nervios dentro de la película "Chicas y maletas" que a su vez rueda el propio protagonista, dejando que el espectador vaya abriendo poco a poco esta matrioska de intriga y pasión obsesiva en la que Almodóvar le habla al cine, el cine habla de sí mismo y todos contestamos: Amén.

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